domingo, 26 de enero de 2020

LA FORMACIÓN Y LA VIDA



Una de mis tareas más importantes ahora es la rutinaria ida y venida, diaria, para acompañar al colegio a uno de mis nietos. En la espera, en la puerta, nos reunimos un grupito de abuelos y padres de todo tipo de tendencias, y, allí, celebramos unas mini asambleas en las que discutimos sobre la actualidad política. Aunque nunca llega la “sangre al río”.
Pero lo más interesante son las conversaciones que nieto y abuelo mantenemos en esas idas y venidas. “Mira abuelo ese arco iris” -me decía el otro día-. ¿”Dónde se encontrará el inicio”?, le digo a modo de pregunta trampa. “No se puede llegar a él” -me dice- “¿sabes que desde un helicóptero se cierra y se ve como una circunferencia”? -continúa- “Pues la verdad es que no lo sabía” -respondo-.
Otro día hablamos de elefantes, de las diferencias entre los africanos y los asiáticos. Otro sobre las galaxias. “¿Sabes que EEUU quiere comprar una isla” (no sabe bien el nombre de la isla: Groenlandia)  -me dice-. Y así día tras días, entre datos y preguntas.
Le pregunto que de dónde saca toda esa información. No me responde con nitidez. Tal vez TV, Internet, libros de lectura, conversaciones, etc., porque en la búsqueda en la Web se mueve como pez en el agua. Algo bueno debe tener el uso de los artilugios digitales, a pesar de la crítica que los mayores hacemos de ese uso, tal vez abuso. Esta es la vida real.
Luego en casa nos toca hablar de las tareas que trae. Nada tiene que ver con nuestras conversaciones. Cuentas de división de dos cifras en el divisor, determinantes y pronombres posesivos, etc. Está en quinto de primaria. Antes, en cursos anteriores, otros algoritmos más elementales. Uno, desde su madurez, comprueba que la actividad educativa, y sus objetivos, son idénticos a los de hace 60 años. Hoy coches eléctricos, satélites a Marte, Internet. Sin embargo, la formación, a todos los niveles, se encuentra estancada, al menos en este país nuestro, en un mundo con un cambio tecnológico permanente y exponencial.

En cerca de 200 artículos o post en mi Blog no he dedicado ni uno a estos asuntos educativos, aunque en otros trabajos más amplios me he explayado. Publiqué primero un texto, a modo de trabajo de investigación, titulado: “Un nuevo modelo educativo para la superación de un sistema socioeconómico en crisis” (https://www.bubok.es/libros/17498/UN-NUEVO-MODELO-EDUCATIVO-PARA-LA-SUPERACION-DE-UN-SISTEMA-SOCIOECONOMICO-EN-CRISIS), y, luego, un capítulo de unas 40 páginas en “Los límites de la irracional” (https://www.bubok.es/libros/193055/EN-LOS-LIMITES-DE-LA-IRRACIONALIDAD-analisis-del-actual-sistema-socioeconomico).

A día de hoy, sigue vigente el principio básico de que en lo educativo se trata de “transmitir el conocimiento”, y la actividad limitada a  la exposición en el aula de un profesor o profesora de los contenidos recogidos en libros de texto. Esta idea se ha incrustado en la sociedad, y seguro que es compartido por amplios sectores ajenos a las propias tareas educativas, aunque, también participan de ella los propios docentes: la mayoría. Sálvese quien pueda. Y el lector se preguntará: ¿y si no es eso, cuál debería ser la finalidad? Previo a responder a la pregunta, señalar que hace 60 años la principal fuente de información (el conocimiento) era la escuela, pero ¿hoy?
La tarea docente, hoy y siempre, debería ser el integral desarrollo intelectual de las personas (luego me explicaré), pero esto encuentra grandes dificultades en el sistema capitalista si no cambian, a la vez, otras dimensiones como son: el reparto de la riqueza, la organización social, el modelo productivo, pero, claro, esto supondría una transformación radical del sistema. En consecuencia, al Poder le interesa un modelo educativo como el vigente para moldear a los individuos y asignarles el papel social y laboral a su gusto, al gusto de la oligarquía.  “El sistema capitalista necesita personas que cooperen sin pensar, individuos que quieran ser mandados, hacer lo que se espera de ellos y adaptarse sin fricciones al mecanismo social” (E. Fromm).

El desarrollo integral, grosso modo, consiste en adquirir o potenciar capacidades tales como la creatividad, el razonamiento y la resolución de problemas (no ejercicios). Estas capacidades, bien desarrolladas en un campo concreto son transferibles a otros tantos.
Dicen los expertos que existen dos componentes de la inteligencia: la fluida y la cristalizada. La primera es aquella que surge de la dotación genética, pero la inteligencia es una facultad dinámica que puede modificarse en función del adiestramiento. La cristalizada es aquella que se desarrolla con la formación adecuada, de manera que es posible alcanzar cotas semejantes en un colectivo si el proceso de aprendizaje es el adecuado. Pero también puede ocurrir que si la formación es la inadecuada, no hay desarrollo, por el contrario, la fluida puede sentirse afectada para mal. Esto es lo que ahora se pretende para conseguir esa docilidad a la que nos hemos referido anteriormente.

La formación superior  en España, y sus aberraciones
Aún manteniéndose los objetivos del actual sistema socioeconómico, en el que lo que destaca es la obtención de beneficio y la acumulación, los cambios en la actividad laboral se producen por tramos en el tiempo, dependiendo del cambio tecnológico, siempre en base a la obtención de ese beneficio de unos cuantos. Esta dinámica da lugar a la destrucción de valores innatos y a la sustitución de éstos por otros miserables que flotan en el ambiente (aquí recurro a Rouseau), de manera que al moldeo de la inteligencia fluida, o tal vez por ello, aparece en el ciudadano el deseo generalizado de adquirir riqueza. Pero esto es otro asunto.
La formación universitaria adolece de los mismos defectos de los niveles previos, pero en forma superlativa. La desconexión entre alumnado y profesor es prácticamente total y el desconocimiento pedagógico del profesorado es absoluto, además, ni les preocupa.
En sociedades como la nuestra, sobre todo en España, las titulaciones universitarias se han devaluado enormemente por razones que comentaremos más adelante; sin embargo, aquí esta etapa educativa sigue manteniendo un carácter clasista, heredada de la época de la Dictadura. Con escasa diferencia curricular, 7 u 8 asignaturas, no profesionalizadoras, los títulos se clasificaban en Diplomaturas y Licenciaturas, o entre Ingenieros superiores y técnicos. Luego el empleo limaba esas discriminaciones y los puestos de trabajo se ocupaban indistintamente. Eso era antes, ahora el desajuste entre formación y empleo, y el paro han devaluado, aún más, un título universitario.
El Plan Bolonia, con un carácter cosmopolita y unificador, ha intentando romper con ese absurdo clasismo de esta sociedad carpetovetónica. Pero aquí, se resisten a abandonar diferencias, así se han inventado un nuevo itinerario con varios fines: devaluar los Grados, mantener los mismos años de docencia que antes y, no lo despreciemos, obtener pingües beneficios. Ahora parece que no eres nada con el nivel de Grado, es necesario hacer, al menos, un Máster para completar la titulación. De esta manera, se cae en la aberración y el absurdo. Por ejemplo, En ingeniería los Grados se clasifican por especialidades. Un máster se caracteriza por ser una etapa de mayor especialización. Sin embargo, han definido un Máster para alcanzar la categoría de Ingeniero Industrial, mucho más generalista que cualquiera de las Ingenierías de Grado. El mundo al revés. No sé si me explico.

Los estudios universitarios nunca han cumplido con la misión de profesionalizar a los alumnos, pero lo de ahora colma el vaso de la ineficacia. El desarrollo tecnológico, en un cambio exponencial, ha dejado sin contenido los anteriores perfiles profesionales, de manera que, por los cambios en la producción y los servicios, no se sabe cuáles serán las necesidades laborales a medio y largo plazo. Sólo nos atrevemos a pronosticar que es la informática, con carácter general, y el Big data y la seguridad informática, en particular, lo que laboralmente tiene futuro.
Por lo tanto,  los estudios de carácter terminal, como son los universitarios, de cara a ese incierto futuro, deberían tender a definir perfiles generalistas en los que se desarrollaran capacidades en forma de habilidades del pensamiento, que permitieran adaptarse a los cambios y a las futuras ocupaciones. Pero esto es como pedir peras al olmo. El futuro no está escrito por lo que lo único que podemos pensar es en aquella expresión vulgar: “que dios nos pille confesaos”. Pobres los nietos a los que ahora les obligan a resolver algoritmos que nada tienen que ver con su vida real.

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