domingo, 8 de marzo de 2020

LA FELICIDAD


Esta especie nuestra camina de la mano de pasiones, sentimientos, emociones y sensaciones, algunas o algunos reales, pero otras u otros ficticias o ficticios. La razón, en un estado incipiente, está limitada, en su empleo, tanto en calidad como cantidad. El poder, la sumisión, el miedo y la inseguridad son el engrase de un estado de dominio y de desigualdad. Sin embargo, otros estados son inventados con el fin de mantener un nivel de primitivismo que subyace bajo esa realidad vital de siempre y, particularmente, de ahora. De entre todos ellos sobresalen el amor y la felicidad. Son ilusiones que tratan de enmascarar la cruda realidad. Al amor ya lo hemos tratado anteriormente: “Desmontando el amor”. Es ahora el momento de tratar, brevemente, la felicidad.
La mayoría de las definiciones encontradas, coinciden en que la felicidad es un “estado de ánimo”, y lo identifican, a veces, con la satisfacción, porque no han encontrado una definición precisa. ¡Claro!, porque no es posible definir algo que no existe o nunca se ha sentido realmente. Los diccionarios, son tan ambiguos aquí como en tantos otros casos.

La felicidad es una ficción sin referencia, cuyo límite nominal iría cambiando en función del grado de satisfacción. Además, ese deseo se frustra porque esa felicidad ficticia nunca se alcanza, ya que en paralelo a ese deseo de felicidad le acompaña la sensación de insatisfacción por no llegar nunca a esa meta volátil.

Si asumiéramos que la felicidad fuera un sentimiento real, concluiríamos, en términos matemáticos, en que es una magnitud derivada. Es decir, para mantener un valor estable de felicidad, la satisfacción debería ser creciente. A una magnitud creciente linealmente le corresponde una derivada constante.
Tal vez esa sea la razón por la que existe el afán de enriquecimiento, la codicia. En búsqueda de la felicidad, nunca se alcanza el límite de riqueza deseado porque cuando se llega a un cierto nivel se busca otro superior.

Microrrelato: En busca de la felicidad

Érase una vez una mujer o un hombre, qué más da, que gozaba de grandes ingresos sin grandes esfuerzos ni físicos, ni intelectuales, pero se resistía a contribuir con arreglo a las normas marcadas por el Estado, por lo que utilizaba todas las trampas a su alcance, asesorada o asesorado por sinvergüenzas que también buscaban el enriquecimiento fácil. Era la manera al uso de buscar la felicidad. Ahora tengo 1000, creía estar satisfecho, pero quiero tener más para ser feliz, se decía a sí mismo. Nunca encontraba la forma de frenar esa carrera, marcada por la avaricia, porque no era feliz. ¿Estaría, al menos, satisfecho? Aparecen aquí todas las dudas.
Ese desenfreno por acumular más y más le acarreó una ceguera que le apartó de la realidad, de las más elementales normas cívicas. Pero un día apareció el miedo al posible castigo que podría sobrevenir. Y llegó el día. Los agentes encargados de pedir responsabilidades le “pillaron”. Después del correspondiente proceso a través del que se le pidieron que aclarase sus cuentas, perdió todas esas riquezas que él creía que le llevarían a esa felicidad que nunca consiguió, se hundió en la más absoluta depresión, en esa profunda tristeza que puso fin a esos días que su ambición le alejaron de una vida placentera entre pares.
Moraleja: En ocasiones ocurre que buscando aquello que anhelas termina por destruirte.   

La búsqueda de esa felicidad que no llega encierra una carga de egoísmo, equiparable al deseo de acumulación, al de la obtención de riqueza, de fama. Todo lo contrario al deseo de una sociedad solidaria y fraternal. El estéril esfuerzo por alcanzar esa meta destierra el fomento de la conciencia personal y colectiva. La felicidad, como la esperanza en la salvación, proclamada por las religiones, son metas inalcanzables, pero ofrecidas a una especie persuadida.
Lejos de la imaginación, de la fantasía, de la manipulación, un estado de ánimo placentero sería posible desde una perspectiva muy diferente a la propuesta por las clases dominantes. Por una parte, se debería buscar el bienestar colectivo. Por otra, en lo personal, sería suficiente con encontrar la tranquilidad y la satisfacción por la cordial relación social, por el trabajo realizado en beneficio de la colectividad, por gozar de unos beneficios prestados por el Estado, etc. ¿Cómo es posible ser “feliz” con tanta desigualdad, con tanta miseria, junto a otros mundos de opulencia, de riqueza innecesaria?

(*)Pasiones, sentimientos, emociones y sensaciones.
En esa ambigüedad lexicográfica y falta de concreción de los diccionarios al uso, incluido el de la RAE, es difícil distinguir con claridad cada una de esas acciones o estados a los que nos hemos referido. He aquí un intento de aclaración:
-Pasión es una acción duradera que pone de manifiesto determinados comportamientos con el prójimo. Ejemplos: poder, sumisión, entrega, cariño.
-Sentimiento, es un estado profundo que se proyecta en las conductas en relación con los demás, con las otras especies y con el medio natural.
-Emoción es una acción temporal causada por algún hecho ajeno a uno mismo.
-Sensación forma parte de la intuición, de lo que se pueda intuir, pero sin que se manifieste con nitidez.


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