Comencé a escribir sobre estos tiempos de pandemia el 25 de marzo de
este año con un breve relato a modo de distopía, después continué con otros
escritos el 7 y el 23 de abril, todos ellos recogidos en mi Blog. El
confinamiento, la confusión y las dudas dan mucho de sí para la reflexión.
Dicen que cada generación sufre,
al menos, un acontecimiento traumático que deja una huella imborrable en la
mente y en los sentimientos de quienes lo han vivido. Llevábamos bastantes décadas sin que, en esta zona de
países de occidente, ocurriera algo que tuviera la suficiente importancia como
para cambiar nuestras vidas en asuntos de carácter básico, desde la elemental
óptica de la subsistencia. Y más allá de lo básico, en lo que respecta a
nuestras emociones y relaciones sociales. Aún es pronto para evaluar con
precisión las consecuencias de carácter económico y su repercusión en los
diferentes sectores sociales, aunque mucho nos tememos, tal como vamos observamos,
que esto sirva para incrementar las diferencias entre ricos y pobres y para
distanciar, aún más, a los unos de los otros.
No olvidamos que otras zonas del
planeta sufren los desastres y la miseria de forma permanente, sin que una
epidemia como esta que nos afecta aquí ahora, influya de forma significativa en
las muertes por hambruna, las guerras y otros tipos de epidemias. Son aquellos
que están sometidos a esas inhumanas condiciones de vida, a los que no pueden
socorrer ni la caridad, ni las organizaciones encabezadas por famosos que las
utilizan para su promoción personal. Admiro a ciertas organizaciones como
Médicos sin fronteras, y otras semejantes, que se entregan a esas tareas de
cooperación, aunque su esfuerzo no se corresponde con los resultados, porque
son los Estados llamados ricos quienes deberían abordar la situación del
meridiano Sur, y no dedicarse a esquilmarlo. Es por eso que la labor de ciertas
ONG honestas (no todas lo son) no obtengan los resultados adecuados. Es como
una lucha entre David y Goliat, pero sin esa arma tan eficaz como la que, en la
mitología, utilizó el débil, aunque eso
pasa sólo en esa fantasía creada para consolar a los que nada pueden hacer para
salir de su desgracia.
Previo a la aparición del virus
Antes de la aparición del virus
en China, la situación del mundo ya se encontraba en crisis: una crisis
profunda. Un sistema sin alternativa, agotado, agónico o desolado: bajada del
consumo tradicional y nuevas formas de acceso al mercado (Internet),
agotamiento de las fórmulas de especulación y rentabilidad, reducción
progresiva de la tasa de ganancia, deterioro medioambiental extremo. De golpe,
aparece el Coronavirus en Wuhan y, como la pólvora, se extiende por todo el
mundo. Este fenómeno da pié a la aparición de bulos y comentarios
contradictorios. Yo me he mostrado aturdido al comienzo y durante todo el
proceso (que aún no ha tocado techo): muy confundido.
¿Casualidad o causalidad? Hay una
coincidencia entre la aparición del virus y la etapa actual de la crisis extrema
del sistema. Las medidas que se han impuesto en los Estados, con algunas
diferencias, son, a mi modo de ver, exageradas e inéditas, especialmente, en
nuestro país. Siempre nos quedará la
duda de si detrás del virus hay algo más, que tenga que ver con esa crisis sistémica,
que comenzó en unas décadas anteriores a la aparición del Coronavirus.
Por una parte, la respuesta social
a las medidas impuestas, inicialmente, ha sido rotunda, sin ningún tipo de
protesta, eso sí, bajo la sombra del miedo. Poco a poco, y con la permanencia
del miedo en amplios sectores, aparece la picaresca y la irresponsabilidad sin
causas justificadas, que rompen con las normas impuestas. Por otra, han
aparecido fenómenos y situaciones nuevas: la fractura social se ha
incrementado, las colas en los comedores de caridad han aumentado, el paro ha
sufrido un duro golpe.
Todo apunta a que aumenten, y se
consolide, esas grandes diferencias entre ricos y pobres, con amplios sectores
populares sobreviviendo con ingresos de miseria, teniendo que recurrir, sin más
remedio, a eso que se conoce como “Ingreso mínimo vital”. Si los movimientos
sociales eran prácticamente nulos, este acontecimiento ha dado lugar a la inactividad total. ¿Podría ser esto un ensayo
para someter a las sociedades a medidas más severas ya que, como se ha
comprobado, nos adaptamos sin fricciones a los mandatos que vienen desde arriba?
Soñar desde la ingenuidad
El capitalismo, como forma de
vida, salvo honrosas excepciones, está incrustado en los individuos, sea cual
sea su clase social y su lugar en el planeta, Ninguna organización política, o
de cualquier otro tipo, plantea un sistema alternativo. Lo que se conoce como
izquierda política han adaptado sus tesis al actual modelo a modo de reformas
desde dentro, aunque se atrevan a pronunciarse como socialistas (y no me
refiero a los partidos socialistas en Europa, voy un poco más hacia la
izquierda). El pensamiento crítico
tampoco tiene la fuerza y el protagonismo necesario para influir en la
sociedad. Los medios de comunicación se encargan de anular lo que pueda
cuestionar el sistema y sustituirlo por mentes planas que rotan por cadenas de
radio y TV.
Por desgracia, hemos asistido al
fracaso de los pronósticos de la Ciencia
de la historia promulgada por el materialismo
histórico. Aunque técnicamente es impecable, sus autores, como dijo Trotsky,
sobrevaloraron la capacidad revolucionaria del proletariado y las
transformaciones ulteriores del capitalismo. Descartado por ahora el cambio del
sistema por esa vía, no nos resignamos a pensar en la posibilidad de
autodestrucción como final del capitalismo.
Desechadas las vías en las que se
pensaba a final del siglo XIX y comienzos del XX, y los cambios significativos desde
dentro, se pone en marcha la imaginación y caemos, cargados de ingenuidad, en
posibilidades que más que nada caben en el campo de lo onírico.
Uno creía que esta plaga que
sufrimos haría pensar a los que tienen tanta riqueza que la vida puede acabar
de repente, sin que su dinero lo pueda remediar. Pero esto no deja de ser un
sueño. La vuelta a la realidad nos muestra ese ser, carente de las facultades necesarias para avanzar hacia la
igualdad. Ya lo intentaron los Utópicos en el siglo XIX, pero no pudieron ir
más allá de crear guetos que desaparecieron sin ninguna posibilidad de
continuidad.
La situación actual después de unos meses
A fecha de hoy, son ya tres meses
de confinamiento en este y otros países, con las desescaladas que se van
aplicando de forma progresiva. En todo este tiempo que ha trascurrido, el
principal protagonista, como he señalado, ha sido el miedo. Aquí, la periódica
y excesiva información oficial, y la aplastante redundancia de los medios de
comunicación, no han hecho, sino, influir en el carácter y en las relaciones
entre ciudadanos. Ese natural temor al contagio, potenciado por esa abusiva
información, ha fraguado una tensión que hace que veamos a los demás como
nuestros enemigos. Son frecuentes y ridículos esos rodeos cuando dos personas
se cruzan en una calle. Si ya antes de esta crisis el cada uno a lo suyo era un hecho habitual, es ahora cuando se ha
agudizado, alcanzando cotas tales que se manifiesta en forma de agresividad,
individualismo y egoísmo extremo. En mentes más lúcidas, es el cansancio y el
rechazo a los medios y a la abusiva información lo que está generando este
fenómeno. El comportamiento general está condicionado por el aturdimiento, por
el no entender muy bien que está pasando. Y como animalillos asustados, la
mayoría se está manifestando de tal manera.
Buscando válvulas de escape a la
angustia, y animados por las actuaciones fascistas de la oposición, en este
país, hay un sentimiento generalizado mediante el cual culpan al Gobierno de
todos los males, entrando en evidente contradicción cuando se les acusa de no
haber iniciado antes el confinamiento y, a la vez, culparles de alargar el
Estado de Alarma. La autorización de la manifestación feminista del día 8 de
marzo en Madrid se ha convertido en el principal arma arrojadiza, jaleada en
todos los medios por la derecha (que en realidad es extrema derecha).
El futuro cercano encierra mayor
incertidumbre, si cabe. En el medio plazo, en lo socioeconómico, todo apunta,
como hemos señalado, a que aparezcan grandes bolsas de pobreza con un bajo
nivel adquisitivo, con lo justo para la subsistencia.
Los otros cambios, como hemos
apuntado, se sitúan en el terreno de las emociones y los comportamientos, lo
que se traduce en ese miedo remanente y en sus múltiples manifestaciones. No ha
servido la pandemia para calar en la conciencia social y en los comportamientos
éticos, tal vez, porque es esta una sociedad sin la madurez intelectual
suficiente.
La ética y la razón antes, durante y después de la pandemia
Debido a los cambios que el
tratamiento político, y el propio fenómeno epidémico, han ocasionado en las
formas de relación de la ciudadanía, es conveniente hacer un breve repaso de lo
que son, y lo que debieran ser, los comportamientos éticos de los individuos de
sociedades como la nuestra.
Ética y moral son conceptos
resbaladizos sin que puedan ser definidos con precisión. Términos que, lejos
del lenguaje vulgar, a veces se complementan, otras veces se confunden. De
cualquier forma, la ética y la moral, lo bueno y lo malo, responden a un modelo
ideológico, doctrinal o a las normas y costumbres de una determinada cultura.
En países como el nuestro, es la iglesia católica, y en general el
cristianismo, quienes han marcado durante siglos las reglas morales. Reglas, a
modo de represión, que permanecen en gran medida en los sectores populares de este
tipo de sociedades. La iglesia ha guiado la conducta de las masas bajo el temor
de ser castigado en “la otra vida”.
Es más adecuado, y preciso,
hablar del comportamiento ético de cada individuo, conforme a lo que le dicte
su conciencia. Desde la óptica de la evolución hacia cotas de mayor humanidad,
el comportamiento debería tender a la consideración de igual a igual en todos
los sentidos, incluido, de manera destacada, el económico.
Durante mucho tiempo, los
poderosos, aunque sólo fuera por imagen, se ajustaban a ciertas reglas, aunque
bajo cuerda hicieran y deshicieran a su antojo. Sin embargo, lo que ocurre es
que, poco a poco, esas normas van siendo violadas por esos estamentos. Ya no
quieren ser ese referente visual o dechado de virtudes en actos religiosos. Ya
no les importa ir al infierno. Por eso no les importa corromperse, por eso
rompen con cualquier escala de valores. Por eso no respetan las más elementales
reglas de convivencia. Por eso sus sucios asuntos no respetan los más
elementales principios éticos.
La razón es una facultad potente
y exclusiva de nuestra especie, una
componente importante de la real o
potencial inteligencia de hombres y mujeres, pero que, por lo que parece, no alcanza a aquellos que no encuentran
saciada su codicia para acumular más de lo que necesitan. Quienes anteponen sus
intereses engañando, robando, explotando o abusando de semejantes son de ese
grupo de baja talla intelectual. En una sociedad madura, intelectualmente
hablando, no existirían individuos despreciables como los que, por goteo, están
entrando en las cárceles de este país. La sinrazón, entonces, es una de la
causa, quizás la principal, de tantos desatinos, de tanta corrupción.
Aquellos que han utilizado o
utilizan cualquier circunstancia, en este caso la pandemia, para seguir corrompiéndose, para sentirse poderoso, para
satisfacer esa pasión, nunca llegarán a alcanzar plenamente el poder al que
aspiran, porque la pasión-poder se encuadra en la patología de la normalidad (en referencia a mi admirado E. Fromm).
Todos estos individuos están psicológicamente llamados al fracaso por mucho que
acumulen lícita o ilícitamente sus riquezas.
He llegado a discutir con amigos
-que, por su interés y su capacidad intelectual, me merecen un tremendo
respeto- sobre si es la razón o es la ética, mejor dicho, la sinrazón o la
ausencia de los más elementales principios éticos, lo que subyace en todos estos
casos de corrupción de la oligarquía. Pues bien, por eso decimos que todos
estos individuos que roban -de forma individual o en forma de casta, trama o
mafia- son seres intelectualmente deficientes, carentes de cualquier valor o
principios éticos y enfermos mentales. Muchos de los que habitamos estas
tierras de picaresca, de Lazarillos, de Rinconetes y Cortadillos, de Buscones,
etc., estamos hartos de golfos, de sinvergüenzas, de dementes. Ante la
indiferencia de las masas y la inacción política y social sólo nos queda
apretar los dientes e intentar tirar para adelante con paciencia y resignación,
pero con rabia.
El proceso por el que estamos
pasando, y su tratamiento, no hace otra cosa que incrementar la sinrazón y los
comportamientos antisociales, lo que nos lleva por el camino contrario al de la
humanización.
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