jueves, 4 de junio de 2020

REFLEXIONES DESDE LA PANDEMIA



Comencé a escribir sobre estos tiempos de pandemia el 25 de marzo de este año con un breve relato a modo de distopía, después continué con otros escritos el 7 y el 23 de abril, todos ellos recogidos en mi Blog. El confinamiento, la confusión y las dudas dan mucho de sí para la reflexión.

Dicen que cada generación sufre, al menos, un acontecimiento traumático que deja una huella imborrable en la mente y en los sentimientos de quienes lo han vivido. Llevábamos  bastantes décadas sin que, en esta zona de países de occidente, ocurriera algo que tuviera la suficiente importancia como para cambiar nuestras vidas en asuntos de carácter básico, desde la elemental óptica de la subsistencia. Y más allá de lo básico, en lo que respecta a nuestras emociones y relaciones sociales. Aún es pronto para evaluar con precisión las consecuencias de carácter económico y su repercusión en los diferentes sectores sociales, aunque mucho nos tememos, tal como vamos observamos, que esto sirva para incrementar las diferencias entre ricos y pobres y para distanciar, aún más, a los unos de los otros.

No olvidamos que otras zonas del planeta sufren los desastres y la miseria de forma permanente, sin que una epidemia como esta que nos afecta aquí ahora, influya de forma significativa en las muertes por hambruna, las guerras y otros tipos de epidemias. Son aquellos que están sometidos a esas inhumanas condiciones de vida, a los que no pueden socorrer ni la caridad, ni las organizaciones encabezadas por famosos que las utilizan para su promoción personal. Admiro a ciertas organizaciones como Médicos sin fronteras, y otras semejantes, que se entregan a esas tareas de cooperación, aunque su esfuerzo no se corresponde con los resultados, porque son los Estados llamados ricos quienes deberían abordar la situación del meridiano Sur, y no dedicarse a esquilmarlo. Es por eso que la labor de ciertas ONG honestas (no todas lo son) no obtengan los resultados adecuados. Es como una lucha entre David y Goliat, pero sin esa arma tan eficaz como la que, en la mitología,  utilizó el débil, aunque eso pasa sólo en esa fantasía creada para consolar a los que nada pueden hacer para salir de su desgracia.

Previo a la aparición del virus
Antes de la aparición del virus en China, la situación del mundo ya se encontraba en crisis: una crisis profunda. Un sistema sin alternativa, agotado, agónico o desolado: bajada del consumo tradicional y nuevas formas de acceso al mercado (Internet), agotamiento de las fórmulas de especulación y rentabilidad, reducción progresiva de la tasa de ganancia, deterioro medioambiental extremo. De golpe, aparece el Coronavirus en Wuhan y, como la pólvora, se extiende por todo el mundo. Este fenómeno da pié a la aparición de bulos y comentarios contradictorios. Yo me he mostrado aturdido al comienzo y durante todo el proceso (que aún no ha tocado techo): muy confundido.
¿Casualidad o causalidad? Hay una coincidencia entre la aparición del virus y la etapa actual de la crisis extrema del sistema. Las medidas que se han impuesto en los Estados, con algunas diferencias, son, a mi modo de ver, exageradas e inéditas, especialmente, en nuestro país.  Siempre nos quedará la duda de si detrás del virus hay algo más, que tenga que ver con esa crisis sistémica, que comenzó en unas décadas anteriores a la aparición del Coronavirus.
Por una parte, la respuesta social a las medidas impuestas, inicialmente, ha sido rotunda, sin ningún tipo de protesta, eso sí, bajo la sombra del miedo. Poco a poco, y con la permanencia del miedo en amplios sectores, aparece la picaresca y la irresponsabilidad sin causas justificadas, que rompen con las normas impuestas. Por otra, han aparecido fenómenos y situaciones nuevas: la fractura social se ha incrementado, las colas en los comedores de caridad han aumentado, el paro ha sufrido un duro golpe.
Todo apunta a que aumenten, y se consolide, esas grandes diferencias entre ricos y pobres, con amplios sectores populares sobreviviendo con ingresos de miseria, teniendo que recurrir, sin más remedio, a eso que se conoce como “Ingreso mínimo vital”. Si los movimientos sociales eran prácticamente nulos, este acontecimiento ha dado lugar a la  inactividad total. ¿Podría ser esto un ensayo para someter a las sociedades a medidas más severas ya que, como se ha comprobado, nos adaptamos sin fricciones a los mandatos que vienen desde arriba?

Soñar desde la ingenuidad
El capitalismo, como forma de vida, salvo honrosas excepciones, está incrustado en los individuos, sea cual sea su clase social y su lugar en el planeta, Ninguna organización política, o de cualquier otro tipo, plantea un sistema alternativo. Lo que se conoce como izquierda política han adaptado sus tesis al actual modelo a modo de reformas desde dentro, aunque se atrevan a pronunciarse como socialistas (y no me refiero a los partidos socialistas en Europa, voy un poco más hacia la izquierda). El pensamiento crítico tampoco tiene la fuerza y el protagonismo necesario para influir en la sociedad. Los medios de comunicación se encargan de anular lo que pueda cuestionar el sistema y sustituirlo por mentes planas que rotan por cadenas de radio y TV.

Por desgracia, hemos asistido al fracaso de los pronósticos de la Ciencia de la historia promulgada por el materialismo histórico. Aunque técnicamente es impecable, sus autores, como dijo Trotsky, sobrevaloraron la capacidad revolucionaria del proletariado y las transformaciones ulteriores del capitalismo. Descartado por ahora el cambio del sistema por esa vía, no nos resignamos a pensar en la posibilidad de autodestrucción como final del capitalismo.
Desechadas las vías en las que se pensaba a final del siglo XIX y comienzos del XX, y los cambios significativos desde dentro, se pone en marcha la imaginación y caemos, cargados de ingenuidad, en posibilidades que más que nada caben en el campo de lo onírico.
Uno creía que esta plaga que sufrimos haría pensar a los que tienen tanta riqueza que la vida puede acabar de repente, sin que su dinero lo pueda remediar. Pero esto no deja de ser un sueño. La vuelta a la realidad nos muestra ese ser, carente de las facultades necesarias para avanzar hacia la igualdad. Ya lo intentaron los Utópicos en el siglo XIX, pero no pudieron ir más allá de crear guetos que desaparecieron sin ninguna posibilidad de continuidad.    

La situación actual después de unos meses
A fecha de hoy, son ya tres meses de confinamiento en este y otros países, con las desescaladas que se van aplicando de forma progresiva. En todo este tiempo que ha trascurrido, el principal protagonista, como he señalado, ha sido el miedo. Aquí, la periódica y excesiva información oficial, y la aplastante redundancia de los medios de comunicación, no han hecho, sino, influir en el carácter y en las relaciones entre ciudadanos. Ese natural temor al contagio, potenciado por esa abusiva información, ha fraguado una tensión que hace que veamos a los demás como nuestros enemigos. Son frecuentes y ridículos esos rodeos cuando dos personas se cruzan en una calle. Si ya antes de esta crisis el cada uno a lo suyo era un hecho habitual, es ahora cuando se ha agudizado, alcanzando cotas tales que se manifiesta en forma de agresividad, individualismo y egoísmo extremo. En mentes más lúcidas, es el cansancio y el rechazo a los medios y a la abusiva información lo que está generando este fenómeno. El comportamiento general está condicionado por el aturdimiento, por el no entender muy bien que está pasando. Y como animalillos asustados, la mayoría se está manifestando de tal manera.

Buscando válvulas de escape a la angustia, y animados por las actuaciones fascistas de la oposición, en este país, hay un sentimiento generalizado mediante el cual culpan al Gobierno de todos los males, entrando en evidente contradicción cuando se les acusa de no haber iniciado antes el confinamiento y, a la vez, culparles de alargar el Estado de Alarma. La autorización de la manifestación feminista del día 8 de marzo en Madrid se ha convertido en el principal arma arrojadiza, jaleada en todos los medios por la derecha (que en realidad es extrema derecha).

El futuro cercano encierra mayor incertidumbre, si cabe. En el medio plazo, en lo socioeconómico, todo apunta, como hemos señalado, a que aparezcan grandes bolsas de pobreza con un bajo nivel adquisitivo, con lo justo para la subsistencia.
Los otros cambios, como hemos apuntado, se sitúan en el terreno de las emociones y los comportamientos, lo que se traduce en ese miedo remanente y en sus múltiples manifestaciones. No ha servido la pandemia para calar en la conciencia social y en los comportamientos éticos, tal vez, porque es esta una sociedad sin la madurez intelectual suficiente.

La ética y la razón antes, durante y después de la pandemia
Debido a los cambios que el tratamiento político, y el propio fenómeno epidémico, han ocasionado en las formas de relación de la ciudadanía, es conveniente hacer un breve repaso de lo que son, y lo que debieran ser, los comportamientos éticos de los individuos de sociedades como la nuestra.
Ética y moral son conceptos resbaladizos sin que puedan ser definidos con precisión. Términos que, lejos del lenguaje vulgar, a veces se complementan, otras veces se confunden. De cualquier forma, la ética y la moral, lo bueno y lo malo, responden a un modelo ideológico, doctrinal o a las normas y costumbres de una determinada cultura. En países como el nuestro, es la iglesia católica, y en general el cristianismo, quienes han marcado durante siglos las reglas morales. Reglas, a modo de represión, que permanecen en gran medida en los sectores populares de este tipo de sociedades. La iglesia ha guiado la conducta de las masas bajo el temor de ser castigado en “la otra vida”.

Es más adecuado, y preciso, hablar del comportamiento ético de cada individuo, conforme a lo que le dicte su conciencia. Desde la óptica de la evolución hacia cotas de mayor humanidad, el comportamiento debería tender a la consideración de igual a igual en todos los sentidos, incluido, de manera destacada, el económico.

Durante mucho tiempo, los poderosos, aunque sólo fuera por imagen, se ajustaban a ciertas reglas, aunque bajo cuerda hicieran y deshicieran a su antojo. Sin embargo, lo que ocurre es que, poco a poco, esas normas van siendo violadas por esos estamentos. Ya no quieren ser ese referente visual o dechado de virtudes en actos religiosos. Ya no les importa ir al infierno. Por eso no les importa corromperse, por eso rompen con cualquier escala de valores. Por eso no respetan las más elementales reglas de convivencia. Por eso sus sucios asuntos no respetan los más elementales principios éticos.

La razón es una facultad potente y exclusiva  de nuestra especie, una componente importante de la  real o potencial inteligencia de hombres y mujeres, pero que, por lo que parece,  no alcanza a aquellos que no encuentran saciada su codicia para acumular más de lo que necesitan. Quienes anteponen sus intereses engañando, robando, explotando o abusando de semejantes son de ese grupo de baja talla intelectual. En una sociedad madura, intelectualmente hablando, no existirían individuos despreciables como los que, por goteo, están entrando en las cárceles de este país. La sinrazón, entonces, es una de la causa, quizás la principal, de tantos desatinos, de tanta corrupción.

Aquellos que han utilizado o utilizan cualquier circunstancia, en este caso la pandemia, para seguir corrompiéndose, para sentirse poderoso, para satisfacer esa pasión, nunca llegarán a alcanzar plenamente el poder al que aspiran, porque la pasión-poder se encuadra en la patología de la normalidad (en referencia a mi admirado E. Fromm). Todos estos individuos están psicológicamente llamados al fracaso por mucho que acumulen lícita o ilícitamente sus riquezas.

He llegado a discutir con amigos -que, por su interés y su capacidad intelectual, me merecen un tremendo respeto- sobre si es la razón o es la ética, mejor dicho, la sinrazón o la ausencia de los más elementales principios éticos, lo que subyace en todos estos casos de corrupción de la oligarquía. Pues bien, por eso decimos que todos estos individuos que roban -de forma individual o en forma de casta, trama o mafia- son seres intelectualmente deficientes, carentes de cualquier valor o principios éticos y enfermos mentales. Muchos de los que habitamos estas tierras de picaresca, de Lazarillos, de Rinconetes y Cortadillos, de Buscones, etc., estamos hartos de golfos, de sinvergüenzas, de dementes. Ante la indiferencia de las masas y la inacción política y social sólo nos queda apretar los dientes e intentar tirar para adelante con paciencia y resignación, pero con rabia.

El proceso por el que estamos pasando, y su tratamiento, no hace otra cosa que incrementar la sinrazón y los comportamientos antisociales, lo que nos lleva por el camino contrario al de la humanización. 


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