La
idea básica sobre la que descansa este nuevo relato consiste en caracterizar
esa “nueva normalidad” de la que nos hablan, lo que nos cuentan de ella, y
ofrecer mi visión de lo que este último
acontecimiento aporta a nuestras vidas, y de lo que es el día a día de los
ciudadanos de a pie.
Pero
veo las noticias en TV y aparece un espectáculo que da prioridad al esquema
inicial y, por lo tanto, trastoca por completo el desarrollo de esa idea y sus argumentos.
Un hecho destacado, que
no es nuevo, en esa nueva normalidad
Un
Jefe de Estado en una Catedral con toda una recua de curas ataviados con sus
mejores galas, totalmente alejadas de la indumentaria habitual. Esto ocurre en un
país cuyas leyes dicen que es aconfesional, que por miedo no se dijo, en su día,
con nitidez, que era laico. Una ceremonia para exaltación de la iglesia
católica y para intentar limpiar una institución, la monárquica, inmersa en
asuntos de corrupción. Un acto ritual en torno a un dios inexistente. Un acto
propio de épocas prehistóricas más próximas al homo erectus que a la era
digital. Un rito basado en la mentira y la manipulación. En realidad, esto
forma parte de esa nueva normalidad, utilizando las mismas herramientas de
siempre, aunque ahora de forma desesperada.
En
coherencia con mi concepción de la vida, he apagado el aparato que retransmitía
el esperpento, pero no cabe duda de que influye en la línea argumental del
escrito porque me indigna que se ofrezca esto a una sociedad moderna y, lo peor,
que esta sociedad lo tolere.
En
ese marco de incertidumbre para todos y todas, para todos los estamentos e
instituciones, comienzan a aparecer noticias sobre las “presuntas” corrupciones
del anterior Jefe del Estado. Acusaciones y pruebas que no dan lugar a dudas.
Entonces entiendo el acto religioso, incluso el posterior acto laico, y el
periplo del actual Rey por la geografía de este país. La monarquía es una
institución medieval que está fuera del espacio y del tiempo de un mundo
globalizado y digitalizado. ¿Será que se encuentra en crisis? Un leve empujón
la haría desaparecer de esta castigada tierra, pero ¿quién tiene poder,
capacidad y voluntad de hacerlo?
Es
indiscutible, como he señalado, que estas cosas que hemos relatado caben en esa
“nueva normalidad”, como cabía en la anterior. En eso poco hemos cambiado
porque cuando es la sinrazón la que triunfa, no queda otra que relajarse,
resignarse y confiar que en el futuro esto pueda cambiar, porque hay que pensar
que, hoy por hoy, la norma eclipsa la capacidad de pensar. Y es la norma la que
manejan los de arriba a su antojo.
La nueva normalidad
Por
lo tanto, retomando el esquema primitivo, hablaremos, tras la influencia de la
pandemia, de la nueva normalidad trufada por las corrupciones en las
instituciones, y por la utilización de las liturgias ancestrales que perduran.
No cabe duda que todo ello conforma, de alguna manera, un todo que influye en
la actual situación social y política de este país, tal vez de otros muchos.
Lo
de la nueva normalidad, una normalidad impostada, o de laboratorio, tiene más
de nombre que de contenido. Después de una larga temporada de confinamiento e
incertidumbre, comenzó una “desescalada” para aterrizar en esta nueva etapa en
la que perdura la incertidumbre, la inseguridad y el miedo. Las nuevas normas
se concretan, más o menos, en el uso de mascarilla, el distanciamiento y la
limitación de aforo en tiendas y locales de ocio. Pero como es imposible
asignar un vigilante por ciudadano, no hay forma de controlar el comportamiento
de los individuos. Así que afloran nuevos casos, lo que llaman rebrotes, aunque
no nos cuentan la gravedad de los nuevos infectados.
Sería
difícil concretar en una sola palabra la actual situación, pero el término que
lo caracteriza es el de incertidumbre.
Si bien es cierto que es una característica que se viene observando en las
décadas anteriores, ahora se manifiesta en grado sumo.
Algo de historia
No
es el lugar este de adentrarse en las épocas de las monarquías decadentes para
nuestro análisis de la etapa más reciente. Si arrancamos de la segunda
República, observamos una España, políticamente, dividida. Y más que
políticamente: ideológicamente. Aunque sea una ideología rústica, lo que
caracteriza a estas tierras y, como ha ocurrido a lo largo de la historia, nos
aleja de otras zonas de Europa donde las condiciones de vida, hasta el momento,
son más favorables para la clase trabajadora.
Es,
tal vez, en esa etapa republicana, o mejor, en la última etapa con el triunfo
del Frente Popular, cuando el Gobierno estaba del lado del pueblo. Pero el
Gobierno era frágil. Su victoria no fue aplastante, por el contrario ganó por
muy poco a la derecha, defensora de la por entonces oligarquía, básicamente
rural.
Desde
entonces no hemos levantado cabeza. La larga y sangrienta dictadura desembocó
en una confusa etapa, a través de un proceso que se conoció como transición, siempre con el temor al
golpe de mano de las fuerzas armadas, sin que sepamos con certeza si finalizó o
aún estamos en ella. De lo que no cabe duda es de que las sombras de esa etapa
autoritaria perduran en políticos de antes y de ahora, en los medios de
comunicación, en ciertas capas sociales y en las instituciones. Evidentemente, los
pertenecientes a la oligarquía han cambiada de caras, pero siguen siendo tan
carpetovetónicos, cavernícolas y reaccionarios como siempre.
Toda
la lucha del PCE se esfumó. Fue absorbida por ese amago de democracia,
concretándose en un puñado de Diputados.
Los
primeros años de esa transición, con Gobiernos débiles, vivimos atemorizados,
como digo, por un ejército de tradición golpista. Tuvo que venir en el 82 un
impostor que en uso del populismo, la mentira y el apoyo financiero de fuera calmó
a los poderosos, garantizándoles que estaba de su parte.
La actual situación
(excluida la económica)
Como
consecuencia de un proceso imperfecto, con la construcción de una democracia
nominal, nos encontramos en una situación compleja, al margen de los últimos
acontecimientos.
Monarquía
La
Monarquía es una forma de Estado impuesta en ese marco de temor, pero hoy día
se me hace anacrónica, como al resto de los ciudadanos, salvo a un puñado de
nostálgicos que forman parte de ese foco de corrupción y comisionista. Cierto
que tras sacar a la luz la trayectoria impúdica y delictiva del anterior
titular, la institución está más cerca de su desaparición que cuando fue implantada
por el Dictador. Puede suceder que en todo este maremagno sea la primera cosa
que desaparezca en aras de la razón.
Judicatura
A
pesar de la adaptación a situaciones de países de nuestro entorno, en este país
sufrimos un “poder judicial” más propio del anterior régimen político. Si bien
es cierto que en algunos aspectos nos hemos modernizado, los jueces y fiscales no
lo han hecho, convirtiéndose en la fuerza
política más reaccionaria (porque, indiscutiblemente, juegan un papel
político), aplicando distintas varas de medir según sea el acusado. Un buen
ejemplo, visto desde el punto de vista de un opositor al independentismo, lo
encontramos en las injustas sentencias de los políticos catalanes encarcelados.
El acceso a estos puestos de trabajo es aberrante, como lo es a cualquiera de
los otros puestos de la Administración. Por eso, los jóvenes que acceden son
adiestrados por los viejos y conservadores juristas.
Fuerzas armadas
Otras
instituciones a las que se les “dora la píldora” son: el ejército, las policías
y la guardia civil. Funciones demasiado halagadas por propios y extraños. Los
políticos, sea cual sea su posición ideológica, ensalzan la tarea de aquellos cada
vez que tienen oportunidad. Entre ellos, los políticos, y los medios de
comunicación, intentan crear una corriente de opinión que cala en amplios
sectores sociales. ¿Será por miedo?, ¿es una desgraciada herencia de un régimen
dictatorial, sustentado en esas fuerzas?
Entre
los miembros de esas instituciones habrá de todo, pero, según encuestas, la
mayoría votan a lo que se conoce como derecha o extrema derecha. Desde la
óptica de las capacidades, no se distinguen por su brillantez intelectual. Por
unas cosas o por otras se mantiene un cierto aparato policial que atemoriza,
alejado de lo que serían unas instituciones implicadas en la problemática
social y protectoras de una ciudadanía que les reconociera con respeto y no por
su autoritarismo.
Universidad
Otra
de las instituciones sobrevalorada es la universidad, en todas sus modalidades,
sean públicas o privadas. Los profesores se convierten, por la magia de los
medios de comunicación, en expertos sea cual sea el tema a tratar. Así se crea
una rutina que se le ofrece a una ciudadanía aturdida, como si eso que cuentan
fuera el camino único y verdadero. Bueno, a esa retahíla de improvisados
expertos de universidad se unen otros elegidos de los que daremos cuenta más
adelante.
La
Universidad es una de las instituciones más corruptas del panorama español.
Decir esto en público me ha acarreado más de un problema de relación con
amigos, quizás, ahora, examigos. La endogamia, el clientelismo, el
corporativismo, la prepotencia y la soberbia la he sufrido en carne propia y en
otros miembros de mi familia. Con carácter más general que particular,
piénsese, por ejemplo, en el caso de los Másteres de la Universidad Rey Juan
Carlos de Madrid. Que también, ¡vaya nombre! Supongo que estarán pensando en
cambiarlo, dadas las circunstancia.
Sin
embargo, por desconocimiento, y por la manipulación de los medios, goza de un
inmerecido reconocimiento social.
Su
realidad es que la tarea, la de formar profesionales de alta cualificación (en
teoría), está anclada en la práctica de las universidades medievales. El
esquema formativo se reduce a la exposición netamente teórica del docente, la
toma de apuntes del alumnado, la memorización de los apuntes y el
examen-castigo. Pura memorización y obediencia. Nada de desarrollo intelectual y
profesional, organizado en coherentes procesos de aprendizaje. Desde la óptica
participativa, totalmente antidemocrática. El poder en manos del docente que
otorga aprobados o castiga con el suspenso.
Medios de comunicación
Si
algo faltaba, ahí tenemos a los medios de comunicación, convertidos en el
centro de la información. Potente instrumento de manipulación en manos de la
oligarquía. La realidad, lo que existe para los amplios sectores sociales, es
lo que está en los medios. Queda una pequeña rendija ocupada por lo que se
conoce como “redes”, utilizadas, generalmente, para la zafiedad y la
insensatez. Alguna participación dedicada a la denuncia carece de fuerza por el
corto alcance de su visualización, y por la falte de medios capaces de influir
en la marcha del sistema.
Los
informativos canalizan la información a gusto del Poder. Ya no es necesario que
día a día les pasen la nota de lo que tienen que decir. Han colocado a
individuos que tienen aprendido el papel de la manipulación y el susto para
poder manejar mejor a la ciudadanía. Este año toca el Covid 19. Los incendios, el cambio climático y la violencia de género han pasado a mejor vida, o a un segundo plano. ¡Y qué decir de las tormentas solares! Asusta más
lo del virus porque puede afectar más directamente a la persona.
Luego
están esos y esas tertulianas (os) de plantilla, de baja talla intelectual, que
rotan de cadena en cadena, haciendo caja.
Se
detecta unos medios y unos analistas que quedan fuera de los grandes mass media, y que son críticos con
ellos. Pero resulta que ese grupito, que piden ayuda económica para su
mantenimiento, es un sector cerrado, sin posibilidad de participar en ellos.
Aquí también son presa de la endogamia, y funciona el amiguismo. De cualquier
forma, venga la propuesta y la crítica de ese pequeño sector, o de los
independientes que se atreven a participar en este juego del pensamiento
crítico, su influrncia es absolutamente nula. No se cambia un modelo o un
sistema, por muy podrido que esté, por medio de la palabra escrita.
Conclusión
Así
las cosas, concluimos que éstos son malos momentos para la humanidad, sobre
todo para los que están abajo. Que, particularmente, en este país nuestro,
incluido en este generalizado capitalismo salvaje, yo añadiría que agotado el
sistema y aquejado de fuertes dosis de patologías mentales, no gozamos de la
situación de libertad y participación de países vecinos. Que conservamos las
huellas de la Dictadura. Esos miedos y esa ignorancia ancestral que nos ha
distinguido desde, al menos, mediados de siglo XIX.
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