jueves, 6 de agosto de 2020

ACERCA DE LA FUNCIÓN DE LA ESCRITURA, Y DE OTRAS ARTES

Además de un conjunto de textos más extensos, desde hace unos cuantos años, he escrito (al margen de mi actividad profesional) unos 195 artículos, o escritos cortos, publicados en varios diarios digitales y en mi propio Blog. Quería llegar a los 200 y cerrar un capítulo. Nunca mejor dicho. Le decía hace poco a un amigo que me va a costar escribir estos últimos cinco, porque, poco a poco, me he ido dando cuenta de que, en estos tiempos que corren, la palabra escrita, en el contexto de lo que se conoce como pensamiento crítico, es del todo ineficaz. En el anterior escrito de mi Blog decía: “De cualquier forma, venga la propuesta y la crítica de ese pequeño sector (ajeno a los mass media), o de los independientes que se atreven a participar en este juego del pensamiento crítico, su influencia es absolutamente nula. No se cambia (en estos momentos) un modelo o un sistema, por muy podrido que esté, por medio de la palabra escrita”. Bien es cierto que el abultado comercio de la narrativa y de las editoriales cumple una función primordial en esa tarea de enajenación de ciertos sectores que formalmente se sienten más avanzados intelectualmente, y por imitación, en otros que quieren parecerse. Pero esta afición lectora, potenciada por el poder real, es altamente contaminante.

Sin embargo, algunos se preguntan: si Sócrates, Platón y otros tantos han llegado hasta nuestros días a través de sus escritos: ¿por qué no vamos a poder hacerlo ahora? La “libertad de expresión” (limitada) y los medios a nuestro alcance permiten que proliferen textos, artículos, videos, discursos, comentarios en redes, etc. Precisamente esa enorme abundancia de escritos y medios de transmisión, no permite separar el “trigo de la paja”, la lectura reposada, ni la formación de corrientes críticas. Y tampoco se profundiza en la proyección de lo que se cuenta, en momentos como los que vivimos.

No obstante, el pensamiento crítico expresado por escrito o verbalmente, junto a la música y a otras artes, ha jugado un importante papel en épocas y momentos cruciales de la historia. Recordemos, sin alejarnos demasiado, en la intervención de los “canta autores” en la lucha contra las dictaduras. Los textos, entonces, del Materialismo Histórico y sus derivados. Y, de forma destacada, el papel de Víctor Jara y su criminal tratamiento. Pero hoy día, las artes y lo que se conoce, erróneamente, como cultura se han convertido en mercados que el propio sistema promociona. Pensemos en el actual papel de Serrat y Joaquín Sabina, en sus actuaciones masivas y en sus giras internacionales, por ejemplo, y en los “intelectuales oficiales” de baja talla moral e intelectual: Sabater, Muñoz Molina, Pérez Reverte y el adoptado Vargas Llosa. Esto es lo que tenemos.       

 

El papel de la observación, del análisis y de la reflexión crítica, hoy día, en una sociedad como ésta -desmembrada, desideologizada, absolutamente manipulable, temerosa, desestructurada y muy polarizada entre pudientes y no pudientes- no tiene cabida.

  

Siempre he pensado que cuando alguien escribe, que no sea un producto comercial, lo hace, en primer lugar, para uno mismo, y luego, por aquello de aportar algo que puede conectar con el pensamiento de otros, en la idea (hoy lo veo que cargado de ingenuidad) de que ello pudiera dar un poco de luz a esta sociedad. Cuando escribí mi primer libro sobre esta materia, allá por el año 2011, relativo a mi aportación, decía: “Por nuestra parte, iremos desgranando poco a poco los aspectos que constituyen una compleja manera de vivir con el fin de dar luz a quienes se les niega de manera permanente, de contrarrestar los lodos que nos impiden movernos como seres humanos, de limpiar el ambiente turbio que ciega a unos y a otros: a los que tienen y a los que no; de despertar alguna que otra conciencia dormida; intentaremos, en suma, establecer las claves de esto que consideramos los límites de la sinrazón”.

Pero ahora, durante todo este tiempo, desde que comencé a escribir, han cambiado bastantes cosas. Lo fundamental: desde lo que se conoce como crisis del 2008 la evolución social ha sido muy rápida, y a peor: considerable aumento del paro y el empleo cada vez más precario, pérdida considerable de lo que se conoce como estado de bienestar, con un importante aumento de la indiferencia acompañada de la pérdida de la poca conciencia social que quedaba. Una evidente muestra de ese deterioro fue el adelanto electoral y el triunfo de la derecha en 2011. Desde entonces no hemos levantado cabeza. Por el contrario, el fascismo ha aprovechado la ocasión.

Por otra parte, en lo personal, he ido perdiendo la ingenuidad, y observando la ineficacia de tareas que se limitan al exclusivo terreno de lo intelectual, en estos tiempos que corren. Ya ocurrió en otros momentos, cuando algunos creíamos que la militancia política podría cambiar el sistema desde dentro. El desencanto lo recogí en un capítulo de una breve historia de mi vida. Apartado que titulé: “Para qué sirvió todo aquello”.

 

En consecuencia, hay que ser consciente de que, hoy por hoy, no encontramos ninguna vía por la que caminemos hacia posiciones vitales de progreso. Por el contrario, vivimos en condiciones peores que hace algunas décadas. Asistimos al agotamiento de un sistema, sin alternativa, lo que nos sitúa en una incertidumbre de larga duración.

Concluyamos, pues, en que las críticas individuales o en pequeños grupos, a través de escritos, o verbales, no aportan soluciones, sobre todo cuando su contenido se centra en la coyuntura o es crónica política. Por lo tanto, a mi modo de ver, aquello que escribamos debe ir un poco más allá, profundizando en la naturaleza de nuestra especie y en su evolución. Una lenta evolución en la que 2000 años no es nada.   


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